martes, 5 de enero de 2010

Noche de Reyes







Otra vez la Noche de Reyes. Ahora soy yo la que envuelve, coloca lazos de colores, retoca, revisa, esconde y vigila que todo esté en su sitio.
Nunca he tenido chimenea y sin embargo siempre he sentido que los Reyes bajaban por ahí y de cada chimenea de cada casa del pueblo un humo denso de olivo y alhucema me dibujaba ilusiones cuando amanecía.
El mismo frió de ahora me recorría la espalda y la misma melancolía había en los tejados vecinos desde donde yo veía pasar con ansiedad al Sol hasta que se dormía detrás de la torre.
La primera vez que recuerdo que me envolviera esa magia, estaba yo subida en los hombros de mi padre, cual trono de peticiones de una reina. La Callejuela, exageradamente larga, me separaba de los caballos en que venían.
Extasiándome con sus brillos, los ví pasar con mis ojos incrédulos y desorbitados sin poder articular palabra.
Al llegar a casa, en tropel, le fui contando a mi madre una letanía de sueños que teniendo como portavoz al padre, era seguro que me serían concedidos. Y así fué. ¡Oh, la magia!
Después, muchos años después en que los Magos ya venían en efímeros castillos de cartón y plata, con luces y música -que no conseguían mermar mi ilusión y si, mi capacidad de asombro- y ese pellizco en forma de callada pregunta por saber de que había sido merecedora en esos trescientos sesenta y cinco días de vano empeño por merecer algo.
Y de ahí que empecé a darme cuenta que lo que la vida me regalaba, nada tenia que ver con los deseos ni de cuando era niña, ni de adolescente, ni de adulta, ni de la mujer madura que soy hoy.
Yo siempre desee tener cosas difíciles de comprar con dinero. Siempre mis peticiones eran recogidas con un gesto lastimero (mal disimulado) como queriendo decir...”pobre loca” y nadie entendió nunca mis razones para pedir una jaula donde encerrar la melancolía, un color nuevo para el arco iris, perfume de luna para los geranios de mi patio, un mar de bolsillo, una primavera en diciembre.
No, no nos engañemos. Ni en ésta ni en ninguna Noche de Reyes se me asomó el corazón a la sonrisa, y sí, la sonrisa dibuja corazones de humo que se escapan por las chimeneas de mis recuerdos desde donde se queman las cartas que nunca me atreví a escribir.
Lazos de colores, papel de celofán para envolver con cuidado mis pensamientos.
Y al apagar la luz que todos ven, se enciende Aldebarán y me deja un beso de esperanza colgado de la ventana.
Quizá no sea demasiado tarde para otra petición extraña.
Quiero ser una cometa la próxima Noche de Reyes... y ya os explicare algún día en qué vientos quiero enredarme.

3 comentarios:

Lupe dijo...

Hola Rosa.

No me canso de leerte y releerte. Estos días, recordaba mis noches de reyes de la infancia y me decia a mi misma: te estás haciendo mayor...
Hoy, me ha encantado comprobar que tú también recuerdas aquellas noches.
¡Que bonitas fueron!

Lo del mar de bolsillo nunca se me había ocurrido, pero te aseguro que si existiera, tendría uno en cada uno de mis bolsillos, y me pasaría la vida recosiéndolos para que no se me escapara ni una gota.

Ha sido un verdadero placer leerte. ¡Ojalá! te conviertas esta noche en esa cometa y te enredes en los vientos que deseas.

Un abrazo grande y feliz noche.

Maat

casss dijo...

Que los Reyes o la vida te conceda mucha magia, mucha fantasía, muchas ganas, y seguro que podrás ser cometa én algún momento....

Un fuerte abrazo. Precioso recuerdo envuelto en celofán con moño y todo...

Neogeminis Mónica Frau dijo...

Cada quien tiene su propia magia y el derecho de querer hacerla realidad! (con o sin la ayuda de los reyes!)
Que se te cumplan todos tusdeseos!

abrazos!

P.d
me encantaron tus recuerdos de aquella noches de tu infancia