viernes, 27 de noviembre de 2009

Finalista en el Certamen de Microrelato de la Fundación de Derechos Civiles, en Madrid



Soledad incolora

Justo en el tiempo que tarda en cambiar de color el semáforo,
soy capaz de inventar para ti un mundo mejor.
En tres segundos, mientras te acercas a mi ventanilla
he contado las grietas de tus dedos.
Hace frío. Mucho.
Golpeas el cristal con tus nudillos ateridos
y golpeas mi corazón con tu sonrisa.
A ninguna de tus llamadas contesto,
pasando del verde a la huida.
Atrás te quedas sin tiempo de pintar tu historia
con un ámbar permanente.
Hay miedo al rojo de paso,
al negro de tu mano extendida,
a la transparencia de tu mirada.
Rápido bajo la cabeza o miro a la acera de enfrente
que hay luces que parpadean y que te desdibujan.
¡Que hambre de abrazos,
que soledad incolora,
que horizonte de asfalto se divisa
desde tu laberinto de pañuelos…!
Ingratas, la noche y yo pasamos de largo.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Este jueves un relato ¿pájaros?


Un error de la naturaleza


Los guardianes lían un cigarrillo parsimoniosamente.
Me llega el olor del tabaco.
Cuando chascan la piedra, prenden la mecha y encienden, el humo me atonta y les oigo como al otro extremo de un sueño.
Si que es extraño, si, lo que ha ocurrido en la tarde, decían:
-Jamás se ha visto una desbandada semejante de cigüeñas de norte a sur cruzando el pueblo, con vuelo bajo, rayando los tejados.
Por unos minutos el cielo se oscureció y un grito aterrador se coló por las chimeneas.
Cientos de aves craqueaban en su desesperado destierro, en la huída batían atolondradas las alas levantando el polvo de las calles.
Una nube cubrió las moreras, los naranjos y el juego de los niños.
Aquello debía ser el paso de la migración, que por un error de la naturaleza, este año arrasaba las calles del aire.
Ni tan siquiera es otoño.-

Yo no puedo dormir recordando el suceso.
Miro por las rendijas y puedo comprobar que las ocho perdices siguen de reclamo para con sus mismos congéneres.
Al fondo del pasillo, el canario común, que lleva una vida poco común, estudia la kábala en las cáscaras de alpiste, exento del canto.
El pavo real al trasluz, invade los espejos con el azul escandaloso de sus plumas. (La belleza no tiene amigos)
Y esos de allí, los gorriones, sin temor al amo, recorren sin brújula cualquier viento.
Tanto pájaro asusta.
Bien ganado tienen el pan los guardianes.
A penas se descuiden, una estación de éstas, me escapo de mi jaula y pruebo a ser una mujer libre, para que hablen de mi… como de las cigüeñas.

domingo, 22 de noviembre de 2009

Mi aportación al recital contra la violencia de género





Mi casa no tiene rejas.
Limita al norte con el silencio,
Al sur sangra con el eco de una palabra:
Miedo.
Por el este, grita el sol algunos días, preso.
Al oeste se pierde un reguero de vida amarga,
que nace de un golpe certero en mi sien.

(Mi niña interior
pinta frente al espejo
con lapicitos de colores
hasta borrar las cicatrices)

Río sin orillas que me arrastra desde tu mano,
a éste ocaso fracasado.
Apago mi sed en tu caricia y me envenenas.
Ensayo mi paso funámbulo por tu vida,
hasta que la muerte nos separe…
Mi casa tiene puertas abiertas de par en par
Al mercado de cobardes.
Ofertan amor a precio de mortaja.
Yo, ciega,
Te mendigo.

miércoles, 18 de noviembre de 2009

Un relato para el jueves



Odiando el otoño



Apareciste de repente en mi puerta sin cerrojos. Me observaste durante horas por las rendijas de sombra y luz de tu mirada, y te quedaste, como se queda el amor, sin pedir permiso.
Tú y tu rincón ocupando todos mis rincones.
Yo te dije... o no te dije nada, eso es lo malo. Pero me acostumbré a tu mundo callado, a tu respiración con compás de nana, a tu olor, a tu paso vacilante mientras recorrías la casa como si fueras mi sombra, y a tu indiferencia por los jazmines del patio.
Tú nunca te mirabas en los espejos y yo me miraba demasiado sin encontrarme.
Compartíamos los cuencos de barro, la manta de lana, la plata de la luna que filtraba la enredadera, la lumbre y la siesta.
Rara vez fui pródiga en caricias, lo confieso. A cambio, Tú ignorabas mis arrebatos de melancolía. No había porque enfadarse; la balanza de los sentimientos guardaba un absurdo equilibrio.
Llorábamos a solas, estoy segura. Nos dolía el miedo a perdernos. Era un intento trágico de independencia que nos hacía dependientes de la soledad compartida.
Y mi torpe empeño en que te gustaran mis poemas, mi tarta de manzana, o el otoño. ¡Qué insensible! Tú.
Ahora no se si en las tardes sin relojes era yo quien te buscaba para que pusieras barrotes a mi tiempo, o eras Tú, inquilino a deshora el que abría de par en par mis silencios.
Aun antes de oír mi risa, eras cómplice de mi alegría y mi regazo tu almohada en los momentos tristes...
Hoy el jardín está lleno de hojas amarillas, la fría enredadera invadió mi casa borrando de los muros tu paso por mi vida.
Estoy sin querer odiando, como Tú, el otoño.
Arrincono mi corazón con tus cenizas y cierro la puerta con cerrojos ahora que te has ido.
Habrá quien me pregunte si tanto te quería... ¡Si solo eras un perro!
Un perro... Mi perro llamado TÚ.

viernes, 6 de noviembre de 2009

Sábados literarios de Mercedes



"EL LUGAR DESDE EL QUE ESCRIBO"

-Yo, soy mi lugar-


(He mirado en el diccionario el significado de la palabra “egocéntrico”
¡Y qué!
Yo, soy mi lugar y como a todos los lugares los calificativos los hacen diferentes.
No mejores ni peores, sólo diferentes)

Soy un torreón abrazado de hiedra, orientado al sur, lejos del mar, aunque tenga una cárcel de sal en la mirada. Sale el sol por el este de mis costillas y me recorre separando mi día de mi noche.
Al margen de la luz, vivo.
En espiral, aireando por todas las ventanas los sueños, como banderas apátridas.
Mi fortaleza se agrieta por el abrazo sin raíces de palabras huecas. Trago aromas de ciprés y dejo el café amargo para las visitas.
No siempre fue así…
A ratos, como la gente normal, era feliz, escribía en un cuaderno sin rayas lo torcido de mi tristeza, las cartas apócrifas para el futuro, la lista del economato,
Los nombres sin apellido de los Reyes Magos.
En tardes sin relojes, llegué a enamorarme de príncipes azules, de ranas sin posibilidad de cambio, del profesor suplente de mi colegio de pago. Llegué a robar el mes de abril de Sabina (aunque él nunca lo supo)
Por aquel entonces mi patio olía a dama de noche y a clavo. A tabaco de contrabando el cajón de mi mesilla de noche, a sol almidonado las sábanas de mi cama, a membrillo en dulce y almendras tostadas, mi cocina.
En mis bolsillos no cabían más lunas.
Pero mañana…
Mi casa, mi cuarto pintado de blanco, mis óleos, mis libros, mi perfume de los domingos, mi ventana sin norte, mi perro, el traje de la talla 40 que no me cabe… mañana te dejaré ver mi envoltorio.
Hoy sólo me queda un adjetivo para ocultarme.

lunes, 2 de noviembre de 2009

Dia de difuntos






Halloween, Halloween, me decían los niños con el color mudado y en tropel a la puerta de mi casa. Me llenaron las manos de caramelos, el portal, de cera de sus velitas negras y mancharon de pintura roja el quicio.
Mira que bien, les dije. En mis tiempos no había fiesta de “Jalogüen” y mi fatal pronunciación del inglés desencadenó sus estruendosas risas. ¿Y este alboroto tan colorista para que sirve? -insistía yo ante la impaciencia infantil- Los chiquillos hablando todos a la vez me explicaron cosas, pero al final el que iba vestido de zombi, me dijo: ¿señora usted no ve la tele? Y ya me dejó planchada para toda la noche.
Mi incultura a extremos, ¡mira que no saber lo que era Halloween!
Sus manitas extendidas reclamaban unas monedas y si no, me darían un “zuzto” eso decía el pequeñajo que llevaba muy ufano una capa negra y dos colmillos de plástico. Como un gentleman, dije yo. Noooooooooo, como un “zrácula”, dijo él algo ofendido.
Sin demora, puse unos euros en la alcancía con forma de calabaza que portaba la niña del exorcista y los vi marcharse escaleras abajo con la algarabía negra de sus disfraces. Arrinconada en el sofá, me dispuse a ilustrarme con la caja tonta.
Para este menester, me atrincheré tras la mesa, mando en mano, con la bata y las zapatillas puestas, al más puro estilo de la gente erudita en la materia. Cervecita, frutos secos y una desmadejada gana ardiéndome en la barriga.
Lo que la soledad aparca en mi memoria en momentos como este, lo iré desalojando mañana cuando me haya saturado de cultura nueva.
Noche de Halloween, será lo mismo que aquellas noches de difuntos de la niñez remota cuando el frío de noviembre se guardaba en el bolsillo de la pelliza mientras hacíamos camino hasta el cementerio, con las cerillas, para encender los faroles de los nichos.
A las doce, el último turno, los vecinos de la calle no muy habladores, se arrebujaban en las bufandas dejando una estela de vaho al paso. Se les ponía aceite a las velillas para que ardiesen hasta la mañana siguiente.
Es fiesta, fiesta callada al borde de la cancela, fiesta de flores sin perfume, plastificadas de tristeza.
Los chiquillos, sin asustarnos, aprendíamos el rito pareciéndonos muy lejano el relevo.
Y desde temprano se agrupaban los monaguillos en cortejo, recorriendo las casas una a una repitiendo en cada zaguán: “La Santa Paz” y rociando el suelo con agua bendita a cambio de que se les llenara la cesta con una limosna, que la mayoría de las veces, era comestible; castañas, granadas, naranjas, pan, algún chorizo, algún dulce… arrastrando la espuerta al mediodía para subir a la torre con las viandas y repartirlas allí en almuerzo único mientras se turnaban para tocar a duelo con las campanas viejas.

… Mañana, poniéndole el nombre adecuado a los tiempos, y aún sin querer, voy a cumplir con lo aprendido. ¡Mal haya el conocimiento!
Hace un calor impropio y es de día. Ya sobran las cerillas como sobraron las luces de cera desde hace mucho. Las flores huelen, empeño absurdo en este recinto.
Ya duele asomarse dentro de la tapia, y duele la risa, y duele cada paso del recorrido leyendo epitafios.
Cuesta arriba se hace la visita, pero no hay mas remedio.
Voy dejando lo acordado…
Y a mi vuelta, que raro parece todo, me separan ya tantas cosas de mi orfandad de historia inútil.
No hay nada más triste que el sonido de la campana que llora y se escucha en todos los rincones. Cuando pasados los años, la oyes incansable, deseas que el viento arrase su sonido de golpe, que se quiebre el metal y se derrame el lamento calle abajo, hacia el río, hacia el agua, apagándose para siempre.
Siempre… ¿Cómo se mide ese siempre?

La cerveza se ha calentado en el vaso y me he atiborrado de almendritas para poder soportar la programación de la uno, de la dos, de la tres, de la cuatro…y así hasta recorrer todos los números del mando a distancia.
Total, las dos de la mañana y me rebosa la cultura por todos lados. Ya, ya me he enterado de lo que es la noche de Halloween, de lo que cuesta el kilo de pollo en el supersol, de lo alegre que es la gente que bebe coca-cola, de la visita de la ministra a las tropas, de lo que afecta la crisis a los que cobran seiscientos euros…
Se que mañana seré otra, se me va a notar enseguida el exceso de información que he acumulado esta noche… para no pensar.
Mientras me fumo el último cigarrillo en la terraza, veo un desfile de monstruos pasando por mi calle, algunos innovadores, sustituyeron la calavera por una litrona, la velita de la calabaza por un porrito, las brujillas llevan minifalda, y a las momias se les han caído las vendas dos plazas mas abajo.
Los niños de los caramelos, hace mucho rato que duermen con la cara llena de churretes de carmín. El pequeñillo del “zuzto” disfrazado de “zrácula” me ha dejado en la puerta el disfraz de la inocencia.
No me abrocha… pero ¡que regalo más hermoso!